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The Session #15: Cuando vimos la luz

Un poco tarde, pero mejor que nunca.
Boak and Bailey querían saber qué fue lo que nos convirtió en amantes de la cerveza. Cuál fue nuestro momento de epifanía. Sé que lo tendría que haber publicado ayer, pero no pude. Perdón... Espero que no les importe.

Es difícil decir exactamente cuándo fue que me convertí en un amante de la buena cerveza. Siempre me gustó la cerveza, toda mi vida. Me acuerdo que mis viejos me daban a tomar un poco de la suya cuando era muy chico, el doctor les había dicho que no había problema.

Pero cerveza en Argentina significaba casi solamente una cosa: Quilmes. Ellos fueron los que nos hicieron a los argentinos tomar cerveza, y eso fue prácticamente todo lo que tomé hasta principios de los 90.

Fue entonces cuando empezó el aluvión de cervezas importadas. Una enorme cantidad de ellas empezaron a aparecer por todos lados. Ya me olvidé de la mayoría, y de algunas otras me hacen sentir vergüenza cuando recuerdo que creía que eran muy buenas, Budweiser y Carlsberg entre ellas. Pronto la mayoría desapareció y todos volvimos a Quilmes y, ahora, Heineken que había empezado a ser elaborada en Argentina. Eso fue por poco tiempo, pronto aparecieron Brahma (una marca brasilera y la otra mitad de InBev), tan mala como Quilmes, e Isenbeck.

Isenbeck fue quizás el primer paso. Llegaron gritando a los cuatro vientos su mantra de la Ley de Pureza. Lo cual fue una suerte de revelación para nosotros. Ahora la Ley de Pureza me podrá parecer algo sin sentido, pero entonces, en un país donde la cerveza más popular (en 1996 Quilmes tenía el 76% del mercado) era elabrado con quién sabe qué, algo que nos decía con orgullo sus ingredientes, y te convencía que ésa era la manera en que la cerveza debía ser hecha, nos abrió los ojos. De más está decir que la diferencia en calidad podía, y aún puede, ser fácilmente reconocida.

Durante los 90 también viajé bastante. Siempre a donde iba trataba de probar la mayor cantidad posible de cervezas distintas. Lo que siempre me sorprendió en algunos de estos paises fue la variedad. En un supermercado o licorería se podían encontrar decenas de cervezas diferentes, mientras que en Argentina, solamente un puñado (la cerveza artesanal entonces era algo que pocos conocíamos). Esto no lo hacía con ojo crítico. La cerveza me gustaba o no, y listo.

Hace casi seis años que me mudé a Praga. Conocía ya algunas cervezas checas, Budvar y Pilsner, y me enamoraron a primer sorbo. Siemre las encontré diferentes a las otras de producción masiva que tomaba habitualmente. Al principio, ésas eran las que tomaba más seguido, porque son las más fáciles de conseguir en Praga. Pero en un punto, dos cosas sucedieron. Encontré una hospoda que servia Svijany y empecé con un cliente cuyas oficinas estaban al lado de Pivní Galerie. Estos dos eventos me hicieron empezar a explorar las cervecerías regionales checas y muy rápido me di cuenta que en la mayoría de los casos sus cervezas eran más interesantes que las más conocidas, lo cual también me llevó a prestar más atención al fenómeno de los brewpubs.
Nunca voy a olvidar ese primer sorbo de Svijanský Rytíř que tomé en la hospoda del mismo nombre. Si tuviese que decir cuál fue la epifanía, diría que fue ese momento, aunque creo que fue más que nada un proceso evolucionario gracias a mi natural curiosidad cervecera.

Si tienen ganas de leer otras experiencias epifánicas, no se pierdan el excelente resumen de la Sesión en Boak & Bailey.

Comentarios

  1. Se puede decir que sos una persona afortunada. La ley de Murphy indica que deberías haber conocido la buena cerveza una vez vuelto de Praga!

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