Nos debe haber sucedido a todos—y a algunos, más de una vez—descubrimos algo que nos entusiasma de sobremanera y nos sentimos obligados a compartirlo con el mundo. En ocasiones, ese entusiasmo es tal que no nos alcanza con decirle al mundo “mirá qué lindo que es el objeto de mi entusiasmo, mirá lo interesante que es, fijate que...”. No, esperamos que el mundo también se entusiasme, que nos pida no solo que le contemos más, sino que le expliquemos cómo hacer para conseguirlo; y cuando el mundo no demuestra el suficiente interés, es decir, no le da al objeto de nuestro entusiasmos el respeto que insistimos se merece, lo tomamos como una afrenta personal, y cuestionamos la sensatez y la inteligencia del mundo. Confieso haber sido culpable de esto. Me costaba entender por qué los restaurantes de alta categoría no se “tomaban en serio” a la cerveza ¿Cómo era posible que ofrezcan cartas de vino kilométricas, pero la única opción para los que querían cerveza era una marca genérica, por l...
Una exploración de la más divina de las bebidas