Antes que nada, debo aclarar que no me gustan los cigarrillos. No tengo nada en su contra, simplemente, no entiendo qué es lo que la gente ve en ellos. Quizás es porque no soy fumador, aunque debo admitir que me gusta de tanto en tanto fumar un buen cigarro cubano mientras escucho música, leo y tomo un cafe con una copa de brandy. También soy de la idea que las empresas tabacaleras en cierto modo se merecen toda esta persecusión, después de todo, se lo buscaron al ocultar la información que tenían sobre los efectos adictivos de la nicotina. No me parece mal que se prohíba fumar en oficinas y transporte público, y cualquier otro lugar al que estamos obligados a ir. Veo con simpatía que muchas empresas hayan prohibido fumar en las oficinas. Trabajé con fumadores, y llega un punto en que uno no aguanta tener que respirar humo ajeno todo el día (aunque, al parecer, para muchos, esta política ha resultado en que hayan vuelto a disfrutar fumarse un cigarrillo, después de todo, tienen que sal...
Una exploración de la más divina de las bebidas