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Solamente un cuento, nada más


Tenía 9 años el verano en que mi madre tuvo que se internada en el hospital. No se había estdo sintiendo bien desde más o menos el fin del año escolar, pero se negaba a ir al doctor, insistía que todo lo que le hacía falta era un poco de descanso y que estaría mejor después de nuestras vacaciones. Estaba equivocada.

Los doctores no estaban seguros de cuánto tiempo iba a tener que estar ahí. Todo dependía de qué tan bien se recuperaría de la operación, decían. Eso no parecía preocuparle a mi madre tanto como quién me cuidaría mientras ella estaba internada. Mi padre había empezado a trabajar en un proyecto muy importante y no podía tomarse días libres. Mis abuelos maternos estaban en el extranjero, visitando a mi tío, y no volverían sino hasta más o menos una semana más tarde. (Luego me enteré de que mi padre ni siquiera les dio la noticia. Los doctores le habían asegurado que se trataba de un procedimiento de rutina, que todo saldría bien, y mi padre no quería preocupar inútilmente a sus suegros). Mandarme a un campamento de verano estaba fuera de toda consideración. Sería casi imposible encontrar uno con tan poco tiempo de anticipación, y dudo también que podríamos habernos permitido ese lujo. Nuestra única alternativa, entonces, eran mis abuelos paternos.

No los visitábamos muy seguido. No solo porque vivían lejos, en un ciudad pequeña, en los tiempos en los que las distancias eran más largas, sino porque mi padre no se llevaba del todo bien con el suyo. Pero, como ya he dicho, no había otra opción.

Mi padre se las ingenió para convencer a sus jefes que le den un par de días libres y salimos para lo de mis abuelos al día siguiente de la internación de mi madre, luego de visitarla. Estaba de buen humor, contenta de que alguien me cuidaría (y quizás aliviada de que mi padre no me alimentaría—cocinaba horrible).

Llegamos a lo de mis abuelos cuando era casi de noche y mi padre se fue de vuelta a la mañana siguiente, tan temprano como era educadamente posible. Todavía me acuerdo de la tensión cuando se estaba despidiendo de mi abuelo. Era como si el viejo tuviese ganas de decir algo reconfortante, pero no era capaz de encontrar las palabras que mi padre esperaba, pero al mismo tiempo no tenía ganas de que lleguen.

No fue sino hasta que lo vi irse con el auto que en serio me di cuenta de la situación. Mamá en el hospital, muy enferma, y yo tendría que pasar vaya uno a saber cuántos días con estas dos personas a quienes no conocía mucho mejor que al panadero de mi barrio. De repente me sentí abrumado por una mezcla de emociones: una pizca de tristeza, un taza de angustia y un chorrito de entusiasmo, nunca había estado separado de mis padres por tanto tiempo.

Después de que mi abuelo se retirase a su taller, mi abuela me puso una mano en el hombro y dijo lo esperado: que todo iba a estar bien, que no tenía que preocupar, que me iba a divertir mucho con ellos, y que hasta haría nuevos amigos... A lo mejor lo recitaba más para ella misma que para mí.

Era una buena mujer, mi abuela. La arquetípica señora mayor de cuidad chica, de buen carácter pero que se escandalizaba con facilidad; casi nunca se aventuraba más allá de los confines de su pequeño mundo, satisfecha con cuidar la casa y el jardín, chismear con las vecinas y retar gentilmente a su marido en cada oportunidad.

Esa debe haber sido la razón por la cual, cuando estaba en casa, mi abuelo, bastante arquetípico también, pasaba tantas horas en su taller, haciendo que trabajaba, mientras escuchaba la radio o leía el diario. Y gran parte del tiempo que no pasaba ahí, o paseando con el backstreet terrier que tenían, lo pasaba en el bar de la fábrica de cerveza local.

Había trabajado toda su vida ahí como tonelero, tal como lo había hecho su padre antes que él, y su padre antes que él también (y muy probablemente algunas generaciones más). Quizás ahí estaba la raíz de la relación complicada con su hijo, quien en lugar de continuar con la tradición familiar, eligió su propio camino. No creo que mi abuelo haya estado resentido, me parece más que nada que la decisión de mi padre le hizo darse cuenta que la suya era una raza en extinción, algo que pocos hombres toman a la ligera.

En el bar era una persona completamente diferente. En casa era muy económico con sus palabras, pero ahí hablaba mucho, y reía mucho, también. Tenía una risa contagiosa que sonaba como si viniese del fondo de uno de esos enormes barriles en los que había trabajado alguna vez.

Me encantaba acompañarlo al bar. No había otros chicos con quienes jugar, pero los amigos de mi abuelo eran muy buenos conmigo, y me divertía escuchar sus historias (y los chistes verdes, que me hacían siempre prometer que no repetiría, pero que igual trataba de memorizar para compartir con mis amigos, a pesar de que no los entendía mucho entonces), y mi abuelo siempre me dejaba tomar un poco de su cerveza. Me encantaba el sabor, más quizás que la gaseosa que el barman me daba, siempre a cuenta de la casa.

Terminé quedándome con ellos casi dos semanas, y sí que me divertí mucho, y hasta hice un par de amigos. La operación de mi madre salió bien. Le dieron el alta después de una semana, pero mi padre decidió que sería mejor darle unos días más para que se recupere bajo el cuidado de su madre, mi abuela.

El día antes de que me vaya, mi abuelo me preguntó si tenía ganas de ir a ver la fábrica de cerveza. Le dije que sí, pero más por el entusiasmo en su cara que por mi propio interés en la materia, y también porque mi abuelo era una compañía muy divertida. Al final me quedé bastante impresionado, todo me pareció enorme y antiguo, aunque la sala de cocción tenía, en ese momento, apenas un par de décadas.

Nuestro guía fue uno de los amigotes de mi abuelo, que resultó ser el maestro cervecero. La excursión terminó en los sótanos, en donde el maestro cervecero hizo aparecer un jarro metálico casi tan grande como mi cabeza. Lo llenó con cerveza de uno de los pocos barriles que quedaban y dio un largo trago, se limpió la espuma con el reverso de la mano y sin decir palabra le pasó el jarro a mi abuelo, que procedió de exactamente la misma manera. Para mí, era como observar una ceremonia y casi reventé de entusiasmo cuando el jarro pasó a mis manos. Al igual que los hombres antes que yo, di un trago largo, teniendo cuidado de no derramar nada encima mío por temor a arruinar el ritual de iniciación del cual me sentía parte. El maestro cervecero me felicitó, y a mi abuelo, por lo bien que había manipulado el jarro y me preguntó si la cerveza me había gustado. ¡Me había encantado! Sabía muy diferente a la del bar, era como si algo estuviese temblando en mi boca.

Los dos hombres se pusieron a charlar sobre cosas y gente de la cervecería y yo seguí tomando. Debo haber bajado más de medio litro para cuando su atención volvió a ser dirigida hacia mí. Esa fue la primera vez que me emborraché. Fue una sensación extraña, pero no desagradable, como si la realidad hubiese perdido algo de su sincronización; los sonidos, que parecían venir de atrás de una puerta, eran un poquitín más rápidos que las imágenes, y también me sentía como si estuviese caminando en colchón duro.

Mi abuelo se debe haber dado cuenta de lo que me estaba pasando y, después de darme una gaseosa para tomar, me llevó de nuevo a casa. Se río la mayor parte del camino y dijo que sería mejor no decirle nada a mi abuela, ni a mis padres. No recuerdo mucho del resto del día. Cuando llegamos a la casa, mi padre ya estaba ahí. Me quedé dormido en el sofá, y no me desperté sino hasta la mañana siguiente, en la cama.

Me padre se había levantado antes que yo. Estaba en la cocina desayunando y hablando con sus padres, o mejor dicho, con su madre. Cuando me vieron entrar en la cocina, frotándome los ojos, mi abuelo volvió de sus pensamientos y empezó a contarle a mi padre de lo muy bien que me había portado, y el tipo de cosas que hacen que un chico de esa edad se sienta al mismo tiempo orgullo y avergonzado; también me hizo prometer que volvería para pasar unos días con ellos de nuevo.

Y lo hice. A partir de entonces, y por los siguientes cinco años, fui cada verano a pasar con ellos al menos una semana. Y cada vez, en el último día de mi vista, iría con mi abuelo a la cervecería y repetiríamos la ceremonia, con prácticamente los mismos resultados.

La cervecería cerró hace algunos años, o mejor dicho, fue cerrada por sus propietarios multinacionales porque estaban en la búsqueda de una mejora en los efectos positivos de las sinergías, o alguna estupidez corporativa por el estilo (en cierto modo, estoy contento que mi abuelo no vivió para ver eso); la marca, por otro lado, se sigue elaborando (las marcas, después de todo, son más sinérgicas que los edificios, los equipos y la gente).

Sigo tomando esa marca, y sigue siendo una de mis favoritas, para la gran consternación de mis amigos conocedores de cerveza. No paran de decirme que estoy equivocado, de que la cerveza no se hace en la ciudad que le dio su nombre, sobre los ingredientes, los procesos y qué se yo qué más. Como si no lo supiese ya.

Son ellos los que se equivocan. La cerveza no se trata de todo eso, al menos no esta cerveza, y al menos no para mí, es más que el resultados de la suma de todos esos datos. Para mí esta cerveza sigue sabiendo a ese verano, las emociones mezcladas, las tardes en el bar y las carcajadas barítonas de mi abuelo, y la primera vez que me emborraché. No he sido capaz aun de encontrar una cerveza sea remótamente parecida, y dudo que alguna vez la encuentre, al menos no hasta que mi hijo tenga la suficiente edad para ser demasiado chico para emborracharse.

Comentarios

  1. Excelente historia Pivni!!
    Pasaste a conocer Dno Pytle?? Que tal está?
    Saludos!

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    Respuestas
    1. No he tenido tiempo aun, pero por los comentarios que he oído y leído, no está mal.

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  2. Exelente , mi vieja me cuenta que cuando era ninia de apenas 10 anios en la promaria la llevaron a conocer Quilmes y al final de l a visita le daban birra , te imaginas eso ahor a? jajaja
    y cada vez que tomaba un trago de grande se acordaba de ese momento de la infancia


    saluod s




    omar

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  3. Quieres cuentos? Solo és un cuento:
    Mi primera experiencia cervecera no deribó en un exceso de consumo saludable de alcohol sino en una abstinencia de productos elaborados por oligopolios caducos llenos de corrupción cuyo negocio es la incultura cervecera.
    Siendo menor de edad para consumir alcohol, mis padres me dieron permiso para ir con Raul, de madre stutgardiense, a la octoberfest de munich, quizás fue el año 1991, (el año siguiente la comparamos con la de Stutgard).
    Fuimos en bus, estuvimos 3 dias, y volvimos en bus. Conocimos a dos personas del sexo opuesto muy interensantes en el bus. Desde aquí un saludo a las dos.
    Durante la estancia en Munich conocimos a muchas personas muy divertidas mientras bebiamos unos 9 L/dia aprox.
    Cansados, el autobús paro en Francia para repostar gasolina y Raul y yo decidimos repostar líquidos en las antiguas estaciones de servicio de alcohol i gasolina que existian hace 20 años en todas las carreteras europeas. Pedimos una respuesta a una pregunta absurda, aún hoy en vigor en el mundo: K estilos de cervezas teneis? (Te responden con nombres de marcas comerciales)
    Ilusos, neófitos, esperabamos una recompensa en forma de cerveza con la k poder volver a nuestros recuerdos cerveceros muniquenses en el tercer i último dia, i, i, escogimos una de tirador. Nos la sirvieron en vaso de cubata, cilindrico estrecho i alto. Recuerdo su transparencia, perfectamente filtrada como las k habiamos tomado durante los tres dias anteriores; no recuerdo su aroma.
    El flavor de la cerveza, hoy, me indica más claramente k no me va gustar beber. "Però no." El recuerdo más claro i definido k tengo de una cerveza fue eso. Es super difícil de definir. Tengo en cuenda que la memoria es creativa, pero lo recuerdo como mi 3º peor experiencia organoleptica después de oler lo k fermenta en mi ombligo i cerca de mis orejas.
    I yo seguia recondando esa experiencia...
    Tomé 1 decisión, unos años despues: Ayuno.
    Un ayuno cervecero consiste en no comer ni beber nada más k cerveza casera elaborada por uno mismo atendiendo a las obligaciones diarias sociales. Leí un libro k se titulaba "El Ayuno Es saludable" o algo parecido.
    Sólo conseguí superar el 1er dia, vivo.
    Saludos
    Alex




    Aún hoy no soy capaz de incluirlo en ningún grupo concreto de bebidas en general. Estaba bebiendo cerveza? Seguro ke no. Si lo venden como cerveza, porqué huele mal i tiene mal sabor? Más aún, como es posible k sepa peor k kualkier otro produkto en manos de los oligopolios?
    NO pude beberla.
    La pagué. Le comenté a quien me la sirvió k no me gusta y por eso no me la bebo y pagué las consequencias de forma vital i monetaria.
    Ya solo me gustan las imperfecciones de las crafts, porque me ayudan a crecer.
    De hecho no creo k encuentre nunca MI cerveza. Con conseguir k haya letreros visibles en los k se indike k tambien se vende "cerveza no industrial" o algo parecido, entonces me sentiré bien informado antes de tomar 1 decisión.
    Saludos
    Alex

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