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Un cuento sin moraleja


Sería mentira decir que oír el despertador a una hora tan inhumana un sábado a la mañana le causó placer, no lo hizo – a menos que una cruza entre un gemido y un gruñido pueda ser considerado una expresión de alegría en ciertas culturas. Esto tampoco significa que le molestó levantarse tan temprano. Era algo que había estado planeando hacía varias semanas, por fin, con su amigo, irían a esa nueva cervecería artesanal que tenía a todo el mundo enloquecido.

Tampoco le importaba que llegar hasta ahí sea tan complicado: un tren de los lecheros, después un autobús y luego un par de kilómetros a pie. Pensaba que sería parte de la diversión, parte de la experiencia, parte de lo que hacía que esa cervecería sea tan especial – estar en medio de la nada, a donde sólo los más devotos estarían dispuestos a ir; o al menos eso creía.

Esta diminuta cervecería artesanal había abierto un par de meses atrás, sin anunciarlo en ningún lado. Sólo había una página de FB con el rústico logo de la cervecería, una dirección, el horario de apertura y nada más, ni siquiera fotos o actualizaciones.

Según los comentarios que había leído, estaba instalada en el garaje de alguien, el maestro cervecero seguramente. Las cervezas solamente se vendían ahí y la gente las podía tomar en las mesas que habían sido puestas en el jardín, o sentados en el pasto al otro lado de la calle.

Nadie parecía saber demasiado sobre el Maestro Cervecero; aparentemente era una persona algo tímida y reservada. Algunas versiones afirmaban que hacía poco se había jubilado, o había sido víctima de una reestructuración, luego de haber trabajado muchos años en una de las cervecerías más grandes, del país – propiedad de una multinacional – en donde había estado a cargo de la producción. Había montado esa cervecería artesanal para por fin poder hacer las cervezas que los ejecutivos y consultores de marketing no le habían permitido. Otras versiones decían que se trataba de un expatriado de larga data que estaba cumpliendo con el sueño de toda su vida de tener la cervecería artesanal propia

Lo que sea, o quien sea que ese maestro cervecero era o había sido, sus cervezas eran, a todas luces, excelentes. No se ajustaban a ningún estilo, eran vendidas solamente como Rubia, Roja y Negra, y parecía no haber suficientes elogios para describirlas. Lo único raro era lo discordantes de algunas de las reseñas y notas de cata que podían verse en diferentes rincones de la internet cervecera – quizás un cervecero cuyo arte refleja su estado de ánimo. Más allá de eso, todas las reseñas, con excepción de una – un troll, seguro, alguien que quizás ni siquiera había tomado las cervezas – coincidían en que las cervezas eran fantásticas, únicas, diferentes a cualquier otra que haya existido o existirá. Era lo que la cerveza artesanal alguna vez supo ser, antes de que las fuerzas del marketing la hayan convertido en una marca. O éso es lo que todos – bueno, casi todos – decían.

Pensó en todo eso y más mientras se estiraba en la cama, se levantaba y se daba una ducha rápida. Se estaba preparando un café cuando notó que su celular tenía un mensaje esperándolo.

Era su amigo. Había pasado casi toda la noche en le baño. Algo le había caído mal. El viaje iba a tener que dejarse para otro día.

¡Ni loco! Pensó él. Hacía rato que venían planeando el viaje – ¡si hasta lo habían tenido que suspender un par de veces ya! Lo lamentaba por su amigo, pero no iba a cancelar sus planes. No estaba seguro de cuándo volverían a tener tiempo para ir. La reputación – y por ende, la popularidad – de esta cervecería artesanal estaba creciendo de a poco pero con fuerza. Era sólo cuestión de tiempo, y no mucho, antes de que gane el suficiente impulso para atraer a tickers, hipsters, caretas y todo esa gente que le arruinan la fiesta a todos, o al menos a los verdaderos amantes de la cerveza, los devotos al espíritu de la cerveza artesanal. No se iba a arriesgar a ello.

Le mandó una respuesta a su amigo diciéndole que iba, solo, si él no llegaba a tiempo a la estación. Su amigo le contestó deseándole suerte, seguido del casi obligatorio “tomate una por mí”.

Después de comprar en la estación un café grande y bien fuerte – no quería quedarse dormido en el viaje – y algo dulce para comer, se subió al tren. Eligió un asiento que creyó le permitiría ver bien claro el nombre de las estaciones a medida que paraban, contó cuántas habían hasta la suya en la lista que había escrito en su celular, y abrió el libro que había traído consigo para hacerle compañía en lugar de su amigo – un libro sobre cerveza que hacía rato tenía ganas de releer.

A pesar de todas sus precauciones, estaba tan absorbido por le libro que casi pierde su estación. Una vez en la plataforma, respiró con alivio, se orientó y se dirigió hacia la parada del autobús. Mientras caminaba hasta ahí, miró la hora y se dio cuenta que el tren había llegado con algo de retraso; el autobús estaría llegando en cualquier momento. Se apuró y luego corrió cuando vio que el autobús ya estaba en la parada. Una vez más, la catástrofe había sido evitada.

Pagó su boleto y se sentó en el medio del coche. Una vez más, consultó sus notas; la suya era la decimocuarta parada y el viaje tomaría alrededor de 45 minutos. Se alegró al oír que las paradas eran anunciadas por los parlantes. Haría las cosas más fáciles, pensó, podría levantar la vista de su libro después de más o menos media hora, ver dónde estaban y tendría suficiente tiempo para consultar el mapa, antes de prepararse para bajar y empezar el último tramo del viaje. Mientras tanto, podría leer sin preocupaciones.

Exactamente 32 minutos después de subirse, de acuerdo con el reloj encima del chófer, cerró su libro, lo puso en la mochila, se sacó los auriculares y esperó a que se anunciase la siguiente parada para poder saber cuántas faltaban para su destino. Por ahora, le escribió a su amigo, todo estaba saliendo bien.

Cuando la parada fue anunciada, no pudo encontrarla en la lista, ni tampoco a la parada siguiente. No podía ser posible, era la lista de paradas copiada exactamente del horario del autobús en internet. ¡No pudo haber tomado el bondi equivocado! ¿O sí?

De a poco, se fue dando cuenta de algo. En su apuro ni siquiera había mirado el cartel en el parabrisas del autobús, tampoco le había preguntado al chófer. Lo único que le dijo fue el boleto que quería, y el tipo no le había preguntado nada, era el boleto más caro. No podía ser. No podía ser otro autobús que el “suyo”.

Le preguntó a la mujer sentada en el asiento adelante del suyo, quien le confirmó su peor temor. Estaba en el autobús equivocado. El que tenía que tomar paraba en la estación de tren un par de minutos más tarde. Ambas líneas seguían el mismo recorrido por algunas paradas y luego continuaban por separado.

¡PUTA! ¡PUTA! ¡PUTA! Murmuró, inclinando la cabeza hacia atrás y cubriéndose la cara con las manos. ¿Qué podía hacer ahora? Bajarse en la próxima parada no solucionaría nada, incluso si pudiese tomar el autobús de nuevo a la estación, todavía tendría que esperar hasta tarde por la tarde para el próximo a su destino.

¡Él y su amigo lo habían planeado todo tan bien! Llegar a la cervecería, tomarse unas birras, visitar unas ruinas cercanas, volver a la cervecería para una última ronda y emprender el viaje de vuelta. Un plan tan perfecto que él había arruinado tan perfectamente.

Un viejo sentado al otro lado de pasillo le ofreció ayuda. Dijo que podría bajarse con él y que le indicaría como llegar a otro pueblo cercano donde, si tenía suerte, podría tomar el autobús de la línea correcta que iba en dirección contraria.

Le agradeció al viejito y decidió que le haría caso. ¿Qué otras opciones tenía?

Se bajaron unos minutos más tarde, en un pueblo que era casi igual a cualquier otro pueblo que había visto, y vería, ese día. El viejo le dio indicaciones. Tendría que caminar 6 ó 7 km. Se aseguró de anotar bien el nombre del pueblo y se despidió del viejo, que le deseó suerte.

Una vez solo, activó la aplicación de GPS de su celular y le pidió que encuentre el camino más cortó, a pié. La aplicación lo dirigió hacia un sendero a un par de kilómetros del pueblo. De acuerdo con el GPS, recortaría la caminata en más o menos un kilómetro y medio. Intentó también conectarse a internet para ver a qué hora pasaba el autobús, pero la señal no era lo suficientemente fuerte para abrir una página. Apuró el paso, esperando lo mejor.

El día se estaba volviendo inesperadamente caluroso, lamentaba haberse puesto jeans y no bermudas; además de un calzado más apropiado para el tipo de caminata que las circunstancias le habían forzado a tomar. Por suerte, el sendero cruzaba un bosque.

El camino subía una loma no muy empinada, pero sí larga. Sin embargo, seguía siendo agradable. Por momentos se vio casi tentado a ir más despacio y absorber la belleza del bosque. Pero tenía una misión, no se podía dar esos lujos, no ese día.

Jadeando más de lo que le hubiese gustado, con los pies doloridos, llegó al pueblo que el viejo le había dicho. Ubicó la parada de autobús al lado de una iglesia, o mejor dicho, una capilla grande. Sus esperanzas fueron destruidas al ver el horario. El autobús había pasado hacía más de dos horas y el siguiente era el que él y su amigo habían planeado tomar de vuelta, si las cosas no hubiesen terminado tan mal.

Se sentó en el banco de la parada. Necesitaba descansar un rato, necesitaba pensar. Estaba dispuesto a pagar hasta un taxi que lo lleve a la cervecería, pero los intentos de conectarse a internet no habían tenido éxito.

No sabe qué tanto tiempo pasó sentado ahí, pero decidió que su única alternativa ahora, fuera de esperar hasta el próximo autobús, era seguir moviéndose. Le preguntó al GPS la ruta más corta, esta vez en auto, al pueblo que había sido su destino cuando se despertó lleno de entusiasmo esa mañana, y emprendió el camino. Quizás, si tenía suerte, podía hacer dedo y alguien lo llevaría.

Sí, suerte, esa puta que había hecho tanto por él en lo iba del día.

Del puñado de autos que lo pasó en la hora y media que llevaba caminando, sólo uno paró. Una pareja joven que no era de esos pagos, no conocía al pueblo, pero cuando se los mostró en el GPS, le dijeron que estaban yendo en otra dirección.

El día se había vuelto ya insufriblemente caluroso, demasiado caluroso para caminar bajo el sol pasado el mediodía. Ya estaba arrastrando los pies, estaba agotado y había tomado toda el agua que tenía. Ya no podía seguir. Era hora de rendirse, y estaba tan frustrado que ya ni le contestaba los mensajes a su amigo, que creía que estaba tan encantado con la cerveza que no podía molestarse con otra cosa.

Entró en un pueblo. En la plaza, vio un pub y hacía allí fue. Estaba adornado con el logo de la marca más vendida del país, una cerveza que él detestaba, fabricada por una multinacional que él detestaba. Quizás era la que el Maestro Cervecero cuyo trabajo el debería estar disfrutando se había cansado de hacer, pensó con su último resto de humor.

- Bueno, tampoco la tengo que tomar, - se dijo a sí mismo, - una Coca va a alcanzar. Y algo de comer. - agregó cuando de repente se dio cuenta del hambre que tenía.

Nadie le prestó la más mínima atención cuando entró y se sentó en una de las pocas mesas libres del amplio y apenas decorado salón. El lugar, incluyendo los parroquianos, parecía como si no hubiese cambiado en el último cuarto de siglo, y no de una manera nostálgica.

Tomó la hoja de papel A4 que hacía las veces de menú y la puso entre sus codos, leyendo sin prestar atención la oferta del día, mientras sostenía su cabeza con las manos. Un saludo amistoso lo sacó de sus cavilaciones de miseria; era la camarera, una mujer sonriente de cuarenta y pico que le hacía acordar a una de sus maestras de la primaria. Tomó el pedido: un vaso de medio litro de Coca-Cola (Pepsi, en realidad, el día parecía empeorar a cada rato) y algo del menú, y lo dejó solo, marinándose en su frustración.

Cuando la Pepsí llegó, tuvo que resistir el impulso de tomarla toda de un trago. La comida no tardó mucho en llegar. La disfrutó tanto como era capaz de disfrutar algo en su actual estado de ánimo y cansancio. Le preguntó a la camarera si podía usar el wi-fi. La mujer se disculpó diciendo que no tenían, y antes de que se vaya le preguntó si sabía de alguna manera para llegar a aquel pueblo que se había vuelto al mismo tiempo su tierra prometida y su maldición, no porque esperaba recibir alguna respuesta útil, sino porque quería tener la sensación de haber hecho todo lo posible, con excepción de ir hasta ahí caminando, lo cual ya sabía no sería capaz de lograr.

- Hmmm. No sé – Contestó, inclinando la cabeza hacia un lado y mirando hacia arriba. Luego dio la vuelta y le preguntó lo mismo a hombre grande y barbudo que estaba jugando a las cartas y tomando cerveza en una mesa cercana.

- Sí, podrías tomar el autobús, pero no pasa sino hasta dentro de unas horas. - Dijo, como si nuestro héroe ya no lo supiese. - ¿Y por qué querés ir ahí? - El pariente lejano de Papa Noel le preguntó ahora directamente a la versión cervecera de Ulises.

Sin darse cuenta, ni quererlo, les explicó su penosa experiencia: sobre su amigo, el tren, el autobús, la caminata. Necesitaba compartir su desgracia con alguien, con quien sea – pero su amigo se burlaría de él.

El hombre grandote largó una gran carcajada. -¿Vas a lo de Schmidt? ¡El tipo ése es un forro y sus cervezas no son tan buenas! ¡Ésta es una buena cerveza! - Dijo el hombre levantando su vaso.

Nuestro héroe se limitó a asentir y sonreír con cortesía, mientras el hombre grandote terminaba su cerveza. No le dio crédito a su opinión, la tomó como la de alguien que toda su vida ha tomado ese menjunje de producción masiva. Gente como él no sabía lo que era bueno, se dijo.

Pero el hombre grandote no había terminado con él. Ni de casualidad. - Terminaste en este pueblito olvidado por los dioses, - dijo, - porque te perdiste en camino a una cervecería pedorra en el medio de la puta nada, ¿y estás tomando Pepsi? ¡El sol te pegó fuerte!

Luego se volvió hacia el bar y en una voz que sonaba como si tuviese una catedral gótica en el pecho, le dijo a la camarera – ¡Anna! ¡Dale al pibe este una cerveza! Y ponela en mi cuenta. - Y le guiñó el ojo, riéndose un poco.

La mujer lo miró con un más que ligero gesto de ofuscación. Debe tener que soportar ese tipo de comportamiento todos los días, pensó el recién llegado.

No quería tomar esa porquería, pero menos quería enemistarse con esa montaña humana. Quizás lo dejaría tranquilo y volvería a sus cosas, una vez que lo haya visto tomar un poco de la cerveza que le compró.

Cuando le trajeron el vaso, lo levantó para darle las gracias al Buda barbudo y procedió a dar un pequeño sorbo. En realidad, se tomó un tercio del vaso un largo trago. No había reparado en lo mucho que necesitaba una cerveza, cualquier cerveza, y ésta estaba deliciosa.

Puso el vaso en la mesa, exhaló, ojos completamente abiertos. Más que saborearla, a la cerveza la sintió. Cada célula en su cuerpo empapándose del elixir dorado. Volvió a tomar el vaso, sin pensarlo, un reflejo primitivo, instintivo, como un recién nacido tomando de la teta de su madre por primera vez. Tomó con avidez, casi vaciando el vaso.

Estaba maravillado, confundido, y de nuevo maravillado. La cerveza era mejor que cualquier otra cosa que en su vida había tomado.

No podía ser posible, se dijo. ¡No podía estar disfrutando de esta porquería! Es cierto que había pasado bastante tiempo desde la última vez que la tomó, pero igual. Debe haber sido el calor, el agotamiento y la frustración, intentó racionalizar sus sensaciones, porque era claro que no podía ser la cerveza.

Miró al hombre grandote, que estaba asintiendo y sonriendo, al igual que un padre asiente y sonríe cuando su hijo por fin ha probado y le ha gustado algo que había jurado no le gustaría. Todavía sonriendo, el hombre se levantó de su silla y fue hacia el bar.

Nuestro héroe, vamos a llamarlo Pat, volvió a su vaso y tomó lo que quedaba, inhalando profundamente antes de que la cerveza toque sus labios. Olía tan bien como sabía – no podía describirse como intenso o complejo, pero estaba tan bien... construida, no se le ocurrió mejor manera para describirla.

Justo después de que hubo puesto en la mesa el vaso ya vacío, a excepción de unos pocos restos de espuma, notó al hombre grandote caminando hacia él, siempre sonriendo, llevando dos vasos llenos.

- Estaba buena, ¿no? - Dijo, poniendo uno de los vasos en la mesa. - Acá tenés otra, parece que todavía la necesitás. - Y luego volvió a su mesa, riéndose.

Esta vez, Pat, meditó sobre la situación, y la cerveza que tenía frente a él, por más de un minuto antes de tomarla. No había duda que ya se sentía mucho mejor que cuando entró, el apetito que debió haber tenido por cualquier cosa que se parezca ligeramente a una cerveza – producto de la larga caminata bajo el sol, y de la frustración, creía – ya había desaparecido. Ahora podría evaluar la cerveza con la cabeza más clara, más objetivamente. La desgustaría con cuidado, en lugar de tomarla sin pensar como todo el mundo suele hacer.

- ¡Hay algo que está mal conmigo hoy! - Pat murmuró para sí mismo. Ahora que la estaba tomando con cuidado, completamente concentrado en el líquido que pasaba por su paladar, la cerveza era en realidad más sabrosa, mejor construida que la primera pinta que había tomado. A lo mejor sí que estaba insolado, no había otra manera de explicarlo. Y aun así, y sin importar cuántos argumentos podría inventar para negarlo, la realidad le obligó a admitir que la cerveza que estaba tomando era fantástica.

Cuando estaba casi terminando su segundo vaso, y considerando seriamente pedir un tercero, dos jóvenes entraron al pub y se sentaron a la mesa al lado de la suya. El hombre grandote (vamos a llamarlo Bob) los saludó y dijo – El pibe ahí al lado de ustedes. No van a creer cómo es que el pobre diablo terminó acá.

Los dos jóvenes miraron a Pat con ligero interés. - Tomó el autobús equivocado, caminó ya no me acuerdo cuánto. ¡Todo porque quería ir a la cervecería de Schmidt

- ¿Querías ir a la cervecería de Schmidt? - Uno de los dos jóvenes dijo. - El lugar está en medio de la puta nada, y las cervezas son una mierda! - Y luego, a Bob. - ¿Cómo es que hay gente que quiere ir hasta ahí? ¿Es tan aburrida la vida en la gran ciudad? - Y rió, su amigo rió, y también lo hizo Bob, quien agregó. - ¡Te lo dije, pibe! Esas cervezas no son buenas. Y parece que ésta de acá te gusta. Ya te traigo otra.

Esta vez, cuando trajo las cervezas, se sentó a la mesa de Pat. Se presentó y presentó a sus dos amigos y todos empezaron a charlar y tomar juntos.

A Pat ya le había dejado de importar la cervecería de Schmidt, no debido a la opinión de sus tres compañeros de trago, sino porque, en pocas palabras, la estaba pasando muy bien. Su último pensamiento sobre esa cervecería fue al ir al baño luego de terminar su tercera cerveza. Mientras meaba, evaluaba la posibilidad de tomar al autobús para volver a casa, o tratar de encontrar algún alojamiento e ir a la cervecería al día siguiente. Todavía no se había decidido para cuando volvió a la mesa, en donde una nueva cerveza lo estaba esperando, cortesía de uno de los dos jóvenes.

Mientras tomaba (¿era posible que la cerveza mejoraba con cada vaso?), el otro joven, el que no había comprado la ronda, declaró que ya era un buen momento para tomar algo más potente. Schnapps o brandy de alguna fruta fue pedido para todos, a pesar de la tímida protesta de Pat. Le dijeron que estaba hecho por el abuelo de alguien que él no conocía, pero que por algún motivo sentía que ya debería conocer. Estaba bueno, extremadamente bueno, suave y sorprendentemente aromático.

Poco de lo que sucedió luego de insistir de que ahora era su turno para pagar una ronda quedó impreso en la memoria de Pat. Sólo una bruma de fuertes carcajadas – de Bob, palmadas en la espalda – de uno de los jóvenes, cerveza, mucha cerveza, y Schnapps; y también canciones.

Se despertó a la mañana siguiente (eso esperaba) en un sofá en lo que parecía ser la oficina de alguien. Su primera sensación luego de abrir los ojos fue pánico. Pasó luego de poner las manos sobre los bolsillos y ver que tanto su celular como su billetera todavía estaban ahí, así como su mochila, con la cámara, en el piso, al lado de su cabeza.

Se sentó, se sentía desorientado y no muy bien. Su boca sabía como si hubiese estado masticando rotuladores fluorescentes, podría haber jurado que su cerebro estaba flotando unos centímetros por encima de su cabeza y tenía la sensación generalizada de que la peor resaca en la historia de la humanidad estaba allí, esperando por una excusa para despertar y hacer estragos en su organismo.

Un gorgoteo proveniente del otro lado de la puerta lo sobresaltó. Se paró, y lenta y dubitativamente fue hacia la puerta, abriéndola apenas lo suficiente para poder espiar. Estaba en el pub, la camarera estaba haciendo correr agua por los grifos.

La mujer se dio vuelta cuando Pat abrió la puerta un poco más. - ¡Buen día, Sinatra! - Dijo, con una cálida sonrisa. Y cuando vio la confusión en el rostro de Pat, agregó: - En serio que cantaste muy bien ayer. Bueno, hasta que te desmayaste. Mi marido y uno de sus amigos te pusieron ahí en el sofá. Espero que hayas dormido bien.

- Sí, creo que sí. Gracias.... - Fue todo lo que su mente fue capaz de rejuntar a modo de respuesta.

La camarera entonces le dijo que, si quería, podía refrescarse un poco en el pequeño baño al lado de la cocina. Pat le volvió a agradecer, se puso las zapatillas y fue al baño, no para ducharse, pero al menos sí para lavarse la cara y mear.

Cuando volvió, una cerveza lo estaba esperando en el bar. - Te va a hacer sentir mejor. - Dijo la mujer. - Cuando la máquina de café se haya calentado bien, te puedo hacer una taza, si querés. ¡Ah! Mi marido dice que, si podés esperar un rato, te puede llevar hasta la ciudad. Tiene unos asuntos que atender ahí. - Y luego desapareció en la cocina.

- Sí, creo que sí. Gracias.... - Su mente le ordenó decir, de nuevo.

Sin demasiado entusiasmo, probó la cerveza. Se la sentía bien, y sabía todavía mejor. Una parte de él todavía no era capaz de aceptar lo buena que estaba esa cerveza, pero era una parte que se dejaba escuchar cada vez menos. La cerveza hablaba en voz más alta y clara. Luego de años de degustaciones de cerveza artesanal, reseñas, viajes, maridajes, análisis, estaba ya casi listo a admitir que posiblemente su opinión sobre esa cerveza de producción masiva era el resultado del prejuicio, presión de grupo, la mentalidad de rebaño y una dosis de esnobismo.

Bob apareció un poco después. Saludó a Pat como quien saluda a un viejo amigo que ve seguido, o como se saluda a alguien con quien nos emborrachamos por primera vez la noche anterior – a pesar de que no se lo veía para nada mal.

- ¡Veo que te gusta esa porquería industrial! - Dijo, y soltó su carnosa risotada. - Tomátela toda, te va a hacer bien. - Y volvió a reírse.

La camarera volvió de la cocina, presentó a Bob como su marido, y dueño del local (porque a lo mejor, Pat no se acordaba) y preguntó - Cariño, ¿querés comer algo antes de irte?

- Sí. ¿Y puede ese algo ser huevos, quizás con un poquito de panceta o jamón? - Bob contestó, caminando hacia ella. La besó en los labios y agregó – Y prepará también para nuestro huésped. Todavía se lo ve un poco verde. - Ambos rieron.

El desayuno estuvo listo muy rápido, otra cerveza fue tirada para Pat, que se sentía mucho, mucho mejor – la resaca aparentemente había decidido que tenía cosas más importantes que hacer ese día – y no se dijo mucho. Anna fue casi la única en hablar, pidiéndole a Bob que compre algunas cosas que necesitaba.

Cuando Pat terminó su cerveza, y la tacita de café que le habían ofrecido – Bob sólo tomó una taza grande de café con leche – se prepararon para partir. Pat fue a buscar sus cosas, mientas Bob se despedía de su esposa, quien, luego de desearle a Pat un buen viaje de regreso, y hacerle prometer que volvería, se disculpó y volvió a la cocina; el cocinero tenía el día libre, y ella terminar de preparar algunas cosas.

- Vení conmigo, pibe. - Bob dijo una vez afuera, - hay algo que quiero mostrarte. - Pat lo siguió hasta un edificio adosado al pub, un granero o un establo.

Nada había preparado a Pat para lo que vería adentro. Una sala de cocción pequeña pero de aspecto muy profesional, con todos los chiches, incluyendo tanques de fermentación y otros accesorios. Hasta había una máquina para lavar y llenar barriles, de los cuales había varios apilados sobre una de las paredes.

- ¿Sorprendido? - Dijo Bob. - Ésta es la porquería industrial que estuviste tomando. - Tomó un vaso de un estante, lo enjuagó, y lo llenó desde uno de los tanques. - Acá tenés, una más para el viaje.

Pat aceptó el vaso, todavía sin poder decir nada. Dio un trago. Sí, sin ninguna duda, era la cerveza que había estado tomando.

- ¿Cómo? ¡No sabía nada de esta cervecería! - Finalmente fue capaz de decir.

- Eso es porque nadie sabe de ella. - Contestó Bob y ser rió de la misma manera que alguien se ríe cuando un niño hace una pregunta ridícula.

- Te cuento en el camino. Ya nos tenemos que poner en marcha, y necesito poner un barril en la furgoneta. - Agregó, abriendo la puerta de un cámara de frío que contenía algunos barriles. Tomó uno y lo puso dentro de una pequeña furgoneta refrigerada que estaba estacionada afuera debajo de un gran árbol.

- Terminá la cerveza y vamos. - Dijo luego de recoger un par de cosas más. Pat hizo caso, dejó el vaso en una mesa y se subió al auto con Bob.

- ¿Cómo es que nadie sabe de esta cervecería? - Pat preguntó cuando ya estaban en la ruta. - La cerveza es excelente.

- ¡Gracias! - Contestó Bob, sinceramente halagado. - Algunas personas sí saben, en realidad. Amigos, y algunos de los clientes habituales del pub. - Y luego agregó. - Y no quiero que haya más gente que sepa porque, por una lado, y sin intención de ofender, - dijo, mirando a Pat, - no quiero que venga gente como vos, los he visto y suelen ser un dolor de huevos.

Pat no se sintió ofendido. Sabía que Bob no se refería a los verdaderos entusiastas de la cerveza como él, sino a los que arruinan siempre todo. Estaba de acuerdo con Bob.

- Y por otro lado, - Bob siguió, - y todavía más importante, las autoridades sabrían, y eso no sería bueno. Me metería en muchos problemas. - Dijo, explicando con sus ojos y una sonrisa picarona porqué se metería en problemas, y qué tipo de problemas serían. La cervecería era, básicamente, ilegal.

Iban despacio, y Bob le contó a Pat que trabajaba para una cervecería mediana en la región, en donde era jefe de mantenimiento de la tecnología de producción. Antes había trabajado en una de las grandes cerveceras, ahora propiedad de una multinacional, hasta que fue despedido en una reestructuración. No guardaba ningún rencor. Recibió una generosa indemnización y la cosa había pasado justo cuando la otra cervecería, que estaba mucho más cerca de su casa, estaba buscando a alguien como él.

Le explicó que le había comprado el equipo a su ex empleador cuando dieron de baja la pequeña cervecería laboratorio que funcionaba allí, poco tiempo después de su despido.

- ¡Anna casi me mata! - Dijo. - La compré de capricho. Más tarde me enteré de un brewpub no lejos de casa que había cerrado y pude comprar los tanques por casi nada. El resto lo armé yo, con la ayuda de algunos amigos y colegas. A los ingredientes me los dan en la cervecería, a veces gratis, otras veces los compro. Nada mal. - Rió y continuó. - Todavía tengo la otra marca en el pub, más que nada para gente que no conozco, pero a veces, cuando se me acaba y no tengo ganas de ir hasta el mayorista a comprar unos barriles, vendo la mía como si fuese la otra, cobrando lo mismo, por supuesto. Más allá de eso, me alegro que te haya gustado, a pesar de que no sabías lo que estabas tomando, sino hasta ahora.

Pat asintió, jurando que en serio le había gustado. Sin embargo, todavía había algo que necesitaba saber.

- ¿Cuál es tu problema con la otra cervecería, la de Schmidt?

- Varios, la verdad. De hecho, lo conozco al tipo. - Dijo Bob, ahora serio. - Trabajaba en la misma cervecería que yo. Pero no era maestro cervecero, como algunos creen. Estaba en la parte comercial – creo que dejó la empresa para poner su propia consultora, o algo por el estilo.

- Es un forro, pero uno bastante vivo. Todavía no tiene una cervecería, compra sus cervezas en otro lado, o se las deja hacer. Por lo que me dijeron, planea eventualmente montar algo. Pero igual, por ahora, es todo un verso. Hasta muchos de los comentarios en internet son una mentira. Al parecer, son parte de una campaña – su hijo trabaja en marketing. Debe haber sido él que tuvo la idea de una cervecería “sin marketing” que, en el medio de la nada, vende cerveza que está lejos de ser barata. La idea, se dice, es lograr cierta reputación de esta manera, antes de empezar a vender la birra por otros canales. Y parece estar funcionando, mirate a vos, sino. - Y la risa volvió.

Pat todavía estaba confundido. No estaba seguro si Bob le estaba diciendo la verdad, se estaba burlando de él, o simplemente le estaba tirando mierda a un competidor. Quería preguntarle algo más, pero Bob bajó la velocidad y tomó un camino de tierra.

- ¿Todavía tenés ganas de tomar la cerveza esa? - Dijo Bob luego de detenerse a un lado del camino, debajo de un árbol. - Es aquella casa. Yo te espero acá.

Pat se bajó del auto. Tenía un poco de miedo de que Bob se vaya tan pronto él esté lo suficientemente lejos del auto, pero todavía tenía ganas de tomar al menos una de esas cervezas. Lo que Bob le había contado no podía ser cierto, a los conocedores no se los engaña tan fácilmente.

La única cerveza disponible ese día era la Rubia, y sí, era bastante cara, lo cual le hizo acordar a Pat que en ningún lado había visto los precios de las cervezas, y se puso a pensar si eso no era otra parte de la estrategia de la que Bob había estado hablando. No se molestó con seguir esa línea de pensamiento una vez que se sentó con un pequeño vaso de la cerveza. Tomó la foto obligatoria, del vaso, y el lugar, y en silencio se puso a probar la cerveza.

No le causó una gran impresión. No era mala, pero estaba lejos de ser la maravilla que internet le había hecho creer. La cerveza de Bob era mucho, mucho mejor. Aunque era también posible que, luego de los excesos del día anterior, todavía no estaba en la forma adecuada como para evaluar apropiadamente una cerveza, o que la historia de Bob haya condicionado su juicio; o al menos éso es lo que intentaba hacerse creer.

Pensó en comprar una botella para su amigo, pero el precio lo hizo cambiar de opinión. Si llegase a preguntar (si es que no lo había hecho ya en uno de los varios mensajes de texto que le había mandado), le diría que no tenían ninguna.

Cuando volvió al auto, Bob cerró el libro que había estado leyendo y bajó el volumen de la música. - ¿Y, qué tal estuvo? - Dijo.

- Nada mal, pero tampoco una maravilla.- Contestó Pat, habiendo decidido que no tenía sentido mentir. Y luego, y para su propia sorpresa, agregó luego de abrocharse el cinturón: - la tuya es mucho mejor.

- Ya sé. - Respondió Bob y rió.

No hablaron demasiado durante el resto del viaje. Llegaron a la ciudad y Bob dejó a Pat a un par de cuadras de una estación del metro. Al despedirse, Bob dijo: - Por favor, no le cuentes a nadie. - Y se fue a atender los asuntos que tenía que atender.

Mientras caminaba hacia la estación del metro, Pat sacó el celular del bolsillo. Le escribió un mensaje a su amigo, disculpándose por no haber contestado con la vieja, por todavía buena, excusa de que se le había acabado la batería. Su amigo escribió. “Todo bien. Qué tal la birra?”

Le tomó a Pat un par de estaciones para decidir qué iba a decir. Al final se quedó con: “gran experiencia. Mañana te cuento más.”

“OK. Me muero por leer las reseñas.” Escribió su amigo.

Pat no contestó. Cuando llegó a su casa, todavía estaba pensando qué escribiría en su reseña, si es que escribiría alguna.

Comentarios

  1. Entonces a la cigarra no le gusta trabajar?

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    1. No, la cigarra tiene una mesa de dinero y especula con divisas extranjeras

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  2. Gran relato. Bravo. Ha sido una vivencia propia? J. Fernandez

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    1. No, por suerte no. La única parte que podría decirse autobiográfica es el estado de Pat al levantarse a la mañana...

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  3. Qué bien sienta de vez en cuando agarrarse un pedo de esos que te hacen cantar y que al día siguiente te generan alguna que otra laguna en tus recuerdos. Personalmente, desconfío de la gente que nunca pierde el control, parece como si tuvieran miedo de ellos mismos.

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  4. MUY BONITO EL RELATO MAX, ME HA ENGANCHADO JEJEJE. PUEDE QUE UN POCO DILATADO, PERO MUY BUENO.
    CREO QUE A TODOS NOS ENCANTARÍA ENCONTRARNOS CON ALGÚN BOB ALGUNA VEZ ;)

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